martes, 8 de mayo de 2007

I love BCN

Nunca me he cortado al decir que Barcelona le pega cien mil patadas en el culo a Rubí en todo. Solo estoy a 20 kilómetros de la gran urbe y parece que haya un mundo entre nosotros.

Ayer, tuve que bajar (en Rubí decimos "bajar" para decir que vamos) a Barcelona para seguir el culebrón del Treball de Recerca. Ya de paso, tenía que comprar un libro para el instituto. Bajé yo solo, sin distracciones; aunque no era mi intención. Esta soledad me hizo reconciliarme con la ciudad en la que viví dos meses de mi vida (recién nacido, de abril a junio de 1989). Yo solito, pude disfrutar mejor del sabor de la ciudad y su gente. Por una vez la observé objetivamente y me gustó, con todos sus defectos. Disfruté de sus contrastes, sobretodo.

Mi primera parada fue en Gràcia, donde llegué con los FGC, que antes era un pueblo a parte y ahora un distrito de Barcelona. Tenía un ambiente parecido al que podríamos encontrar en Terrassa o incluso en las calles del centro de Rubí; nada del otro mundo. Hacía calor, aunque sus calles estrechas permitían que hubiera algo de sombra.

Una vez entregado el TdR, me pegué un golpe de Metro (Línea 3 dirección Zona Universitària: Fontana, Diagonal, Passeig de Gràcia, Plaça Catalunya), para llegar a pleno centro de Barcelona. Por cierto, subí a un convoy bastante nuevo. Estaba limpio, bien cuidado, incluso la gente que montaba parecía más guapa. Nada que ver con los desvencijados convoyes de la L1.

Emergí en un lugar totalmente diferente. Las señoras mayores habían sido sustituídas por guiris rubias con la espalda quemada y lo que eran bares de toda la vida se habían convertido en Starbucks y McDonald's. Ni mejor ni peor, diferente. Por la calle, gente de todos lados, de todas las edades y de todas las condiciones sociales. Calor, mucho calor; y yo con pantalones largos. Las calles anchas no son nada propicias para que haya sombra. Veías las aceras de sombra abarrotadas y las aceras de sol desiertas.

Tras la zona de Plaça Catalunya, tuve que patearme el Passeig de Gràcia para arriba; por la acera de sol. En dos librerías ya me habían dicho que no tenían el libro que buscaba y sólo quedaba una. Estaba en la acera de sol. Llegué a la librería muerto, pero salí triunfante con el libro entre mis manos. Pasé entre un grupo de guiris y pensé que el día que dejen de venir será el día que tendremos que preocuparnos.

Tren en Provença (FGC) y p'a casa. En el andén había un tío loco que hablaba solo a grito pelado. Una chica sentada a mi lado que leía "La sombra del viento" de Carlos Ruiz Zafón se lo iba mirando. Yo me lo miraba a él, aunque prefería mirarla a ella. Por si acaso, subí en un vagón diferente, perdiendo de vista para siempre al loco y a la chica lectora.

Volví a casa hecho polvo después de patearme Barcelona. Seguía haciendo calor, mucho calor.

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