Nervios de Acero

DISCLAIMER: Este post es producto de la euforia. Cualquier cosa que aquí escriba no tiene por qué corresponderse con la realidad. En caso de duda, consulte con su blogger de cabecera.

Hace años, tras una Super Bowl XL grabada en calidad "super cutre", me dije a mí mismo que algún día sería fan de los Pittsburgh Steelers, que celebraría las victorias y lloraría las derrotas igual que cualquier otro fan.

Tras el final de la Super Bowl XLIII, cuyo mágico desenlace vi de rodillas en el suelo de mi sala de estar a eso de las cuatro de la madrugada, me dije a mí mismo que este no sería el último partido que vería de rodillas.



Esta misma madrugada, durante la ronda de Divisionales precedente a la Super Bowl XLV, he vuelto a estar de rodillas. Cuando la casi recepción de T.J. Houshmandzadeh (seguro que lo he escrito mal), yo estaba de rodillas en el suelo; después de haber pasado por estados de ánimo y situaciones personales tan variados como:

Decepción, cabreo, desesperación, resignación, lanzamiento de manta, llamar hijos de puta a todos y cada uno de los miembros del roster de los Steelers, muerte mental, considerar irme a dormir durante el halftime, esperanza, ánimo, euforia, risa descontrolada, bailes poco éticos en la sala de estar, consumición masiva de neulas que sobraron de Navidad, gestos que no enseñaría a hacer a un niño de diez años, otro lanzamiento de manta, tensión, duda, cabreo y finalmente, posición de rodillas. Para lo que llega a dar un partido, ¿eh? Es la putada de cuando te encariñas de álguienes, que al final acabas sufriendo, como me pasó con la fórmula 1. Pero cuando ganas, suele ser la hostia.

Un día, estás tan feliz viendo las carreras en tu sofá y al día siguiente la casa se te llena de tipos raros con banderas asturianas que hablan a gritos y sólo les importa "Fernando". Ya sabéis, ese tipo de cosas.

Más que un partido de football ha sido una montaña rusa, y eso que por cuestiones matriarcales no he podido ver el primer cuarto. La cosa ha empezado mal y en 27 segundos los Ravens han endosado 14 puntos (!); además que los Steelers habían perdido toda posibilidad de challenge al sacar el entrenador pañuelo rojo ante una decisión "dudosa" que habría visto hasta yo. Los Steelers y su parroquia estaban contra las cuerdas y a un golpe para desplomarse, el ánimo por los suelos, sin atisbos de mejora y con la defensa echando el bofe. Luego, otros 7 más. 21 - 7 en el halftime y en el Heinz Field más de uno creía en el milagro. Yo no era uno de ésos, y me he quedado con el ánimo de "quiero ver cuántos más NOS meten".

Y en el tercer cuarto, van los dos equipos y se cambian las camisetas. Ahora los errores son de los Ravens, los nervios son de los Ravens y los fallos tontos y clamorosos son de los Ravens. La inercia cambia y los Steelers empatan el partido a 21, las toallas amarillas vuelven a ondear. Y yo bailando como un loco con la pechera llena de migas de neula.

Más tarde, un field goal ha dado los 34 puntos a favor de los Steelers y justo cuando los Ravens parecían alcanzar cierta frialdad mental y la dinámica positiva empezaba... se acaba el partido.

Si no os gusta el football, si creéis que es un deporte de nenas porque tienen que llevar protección, si todavía lo confundís con el rugby, si creéis que es una americanada o que lo echan muy tarde... Dejad que os ponga mi mano en el hombro y os compadezca.

Ah, y si quieréis un análisis "serio", lo podéis encontrar aquí.